Existen en nuestra lengua muchas palabras con un origen
común. Lo curioso es cuando estos vocablos primos hermanos no se parecen ni en
su forma ni en su significado. Es el caso de las palabras “maestro” y
“ministro”, que vamos a analizar a continuación.
“Maestro” viene del latín magister, palabra compuesta
del adverbio magis, que significa “más”, y el sufijo -ter, que
hace referencia al que realiza la acción. Según el diccionario etimológico de
Segura Munguía, magister se puede traducir como “el que más”, “el que
manda”, “el que dirige”, “guía”, “director” o “jefe”, y en los textos latinos
se podía encontrar magister populi (“jefe del pueblo”), morum
magister (“rector de las costumbres”), navis magister (“piloto de
una nave”), etc. Pero como segunda acepción encontramos el significado que se
ha mantenido hasta hoy en día, a saber, “maestro”, “el que enseña”, “pedagogo”;
de igual manera, en los textos antiguos podemos hallar ludi magister
(“maestro de escuela”), dicendi magister (“maestro de elocuencia”) o virtutis
magister (“maestro de virtud”). Una tercera acepción es la de “autor”,
“instigador”, “promotor” y “consejero”.
Queda bastante claro que el término magister denotaba claramente
a alguien importante, culto, con poder, con estudios, etc., y al que la gente
debía seguir y del que recibir consejos. No en vano, para ser maestro en la
actualidad se precisa una carrera universitaria.
“Ministro” viene de minister, que está formado por el
adverbio minus, que significa “menos”, y por el mismo sufijo -ter
que la palabra anterior. Se traduce como “el que sirve”, “servidor”,
“sirviente”, “criado” e, incluso, “doméstico”. En otra acepción encontramos
“subordinado”, “ayudante”, “agente”, “vicario” e, incluso, “instrumento”, y en
los textos podemos encontrar ejemplos como ministri regis (“los agentes
del rey”) o aliena voluntatis minister (“instrumento de la voluntad
ajena”). En definitiva, es algo de refuerzo, un sirviente o criado. Con estas
definiciones, es evidente que ser minister no tenía ningún valor y su
única misión era la servidumbre y el refuerzo. Eso explica que para ser
ministro hoy en día no hace falta ningún tipo de carrera, es más, algunos no
tienen ni el graduado escolar.
Lo que no entendemos es cómo se ha podido dar la vuelta a la
relevancia de quienes desempeñan los dos términos que tratamos hoy, pues en la Antigüedad el magister
era respetado y admirado por los demás por los conocimientos que poseía,
mientras que en la actualidad no sólo ha perdido autoridad sobre los alumnos,
sino también el respeto de muchos padres y se han convertido en el centro de
todas las drásticas medidas económicas. Sin embargo, sobre los ministros sobran
las palabras.
A propósito de los ministros, cabe destacar la célebre
anécdota del ministro de época franquista José Solís Ruiz, natural de la ciudad de Cabra
(Córdoba), quien, en cierta ocasión y en tono despectivo, le preguntó a Adolfo Muñoz Alonso,
profesor y rector de la
Universidad Complutense de Madrid, sobre la utilidad del
latín, a lo que el ideólogo, del cual anteayer se cumplieron 38 años de su fallecimiento, contestó lo siguiente:
“Por de pronto, señor ministro, para que a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”.
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