Una vez leí una curiosa anécdota sobre el célebre compositor
del Romanticismo Johannes Brahms. Como suele suceder en estos casos, la
veracidad de los hechos no es demostrable, o al menos yo no he sido capaz de
encontrar referencias fiables, pero como se trata de escenas curiosas,
divertidas y completamente irrelevantes para el resto de la vida y obra del
personaje, se suele admitir sin reparos su certeza. Sea como fuere, aquí se la
expongo.
Se dice que, siendo Brahms un compositor ya de una fama y un
renombre innegables, al menos en su Alemania natal, un buen día recibió la
visita de un joven músico aspirante a ser un reconocido compositor, el cual
deseaba que el célebre sinfonista tuviera a bien ojear sus partituras y emitir
una sincera crítica a la obra. Brahms accedió y dedicó unos minutos de su
tiempo a leer los pentagramas repletos de notas que el aprendiz le había
entregado. Tras unos instantes que, imagino, al joven se le harían eternos, el
admirado músico le dio el visto bueno a la obra, afirmando que el chico tenía
talento y que la composición tenía un nivel bastante alto. Además, a modo de
felicitación, Brahms invitó a su visitante a un puro de gran categoría, de esos
que guardaba con tesón para ocasiones excepcionales. Hay que mencionar que nuestro
protagonista era, al parecer, un selecto fumador, y poseía y consumía tabaco de
mucha calidad y bastante caro.
El joven aprendiz, sin poder contener su gozo, tomó el puro
y, para sorpresa de su anfitrión, se lo guardó. Brahms, extrañado, le preguntó
si es que no fumaba, a lo que el aspirante a compositor respondió que sí, pero
que un puro regalado por el gran maestro Brahms no podía ser jamás para
consumirlo, sino que debía ser para conservarlo como su más preciado tesoro
toda la vida. El compositor permaneció en silencio unos segundos, tras lo que
solicitó a su invitado que le devolviera el obsequio. Éste, anonadado, así lo
hizo, tras lo cual recibió de su ídolo otra dádiva, en este caso un cigarro
vulgar y corriente, de los más baratos que tenía por casa. Para justificar su
acción Brahms alegó que si iba a ser para guardarlo, éste último le serviría de
la misma manera que el cotizado puro inicial.
Como digo, no sé si esta anécdota es real o no, aunque no
sería de extrañar debido al acentuado sentido del humor que se le ha otorgado
al compositor. De hecho, me viene ahora a la cabeza otra situación que pone de
manifiesto esta faceta suya.
Parece ser que se encontraba Brahms en una cena con miembros
de la alta sociedad. A la hora de proponer el vino que acompañara el menú, el
anfitrión mostró una botella y la ensalzó con vehemencia, apodando dicha
variedad como “el Bramhs de sus vinos”, provocando la sonrisa de toda la
concurrencia. El alegado fue el encargado de realizar la primera cata a la
bebida. Tras dar un breve sorbo puso una cara que no inspiraba demasiada
confianza y, ante la expectación del resto de comensales, solicitó al anfitrión
que mejor le trajera al “Beethoven de sus vinos”.
En fin, además de un magnífico compositor fue, como se dice
en la jerga actual, un crack.
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