domingo, 11 de noviembre de 2012

Río Safari de Elche



Loro con la coronilla desplumada
Hace unas semanas hicimos algo que llevábamos algún tiempo queriendo hacer: pasar un día en el Río Safari de Elche, en Alicante. Hasta ahora el problema no era la distancia, pues vivimos relativamente cerca, sino el precio, ya que 22,50 euros por persona nos parecía bastante caro. Como en un centro comercial vimos días antes unos folletos con los que nos descontaban tres euros por persona (que tampoco es para tirar cohetes pero algo es algo), pensamos que era una excusa adecuada para visitar el parque animal que la una no conocía y el otro hacía más de dos décadas que lo había visto. Pero toda la ilusión con la que fuimos se fue desvaneciendo a cada minuto que pasábamos al tremendo calor del lugar.

El agua estancada acumulando porquería y excrementos
Hay que decir que el propio Safari partía con una importante desventaja, y es que somos de los privilegiados que hemos podido disfrutar del zoo de Viena, una auténtica maravilla, considerado como el mejor zoológico de Europa y del que quizá hablemos algún día. En cualquier caso la opinión que os vamos a exponer es completamente independiente, libre de cualquier comparativa en la que las carencias del Río Safari se acentuarían, si cabe, todavía más.

Al llegar al lugar y comprar las entradas nos informaron de los horarios de los espectáculos y nos proporcionaron un plano del sitio, pero tras esto se nos acercó una chica con una cámara de fotos ofreciéndonos inmortalizar nuestra entrada al zoo “sin ningún compromiso”. Para empezar no te avisan del precio que te cobrarían por el retrato (que de buen seguro sería abusivo), y para seguir... ¡que no somos unos niños, que tenemos ya algunas canas! Puede que sea un buen reclamo para niños, pero no para los que hace años que abandonamos nuestra infancia. Para postres teníamos la posibilidad de que la foto fuera con una serpiente enroscada al cuello. Hay gente para todo, pero a nosotros no nos ponen una culebra encima ni hartos de vino.

Ave con la cabeza y el buche completamente desplumados
A los pocos minutos de llegar daba comienzo un espectáculo de leones marinos, así que nos dirigimos a la piscina donde iba a tener lugar. El show en sí no es que estuviera mal, pero apenas se pudo disfrutar debido a la incomodidad de la grada: asientos hechos con tablas de madera carcomida, con unos escalones solamente aptos para piernas de dos metros (con los que Menta se tropezó y se llevó un buen raspado en el tobillo) y con un techado que a la hora de la actuación no tapaba ni un rayo de sol. Además, fue extremadamente corta, apenas quince minutos. No es que seamos partidarios de que exploten a los animales, pero haber adornado algo más la actuación con música, con humanos u otras opciones no hubiera estado de más.

Pero lo más indignante de todo no fue eso, pues al fin y al cabo a nosotros nos gusta ver a los animales de la manera más natural posible, sino las pésimas condiciones en las que se tiene a toda la fauna en el lugar. Mientras estuvimos viendo la zona de los reptiles no pudimos apreciarlo, pues sin ser expertos no podemos distinguir si los cocodrilos, serpientes e iguanas están en buenas condiciones. Pero cuando llegamos al aviario fue cuando una mezcla de rabia, indignación e impotencia se apoderó de nosotros. Sin considerarnos grandes entendidos, algún que otro conocimiento ornitológico tenemos, los suficientes como para saber que loros con la cabeza y el buche completamente desplumados o cotorras que no salen de sus refugios no puede significar nada bueno.

Patos corriendo hacia nosotros en busca de comida
Las ubicaciones de los animales, sin que se pueda decir que eran estercoleros, tampoco gozaban de toda la higiene que deberían, porque, entre otras cosas, el hedor a heces y excrementos de animales llegaba a ser insoportable, y éste se extendía por todo el parque; además, en la llamada “isla de los mansos” el hedor era fácilmente localizable, pues el pequeño riachuelo que rodea esa zona por la que nadaba un bello cisne negro tenía el agua totalmente estancada y lleno hasta arriba de las heces de las reses que ahí vivían. Por otro lado, el tremendo calor de ese día se confabuló con el propio ambiente seco y árido del lugar para crearnos una sensación más propia de un asadero de pollos. Hay que decir también que el supuesto río que da nombre al parque, y que en su día proporcionaba agradables mini-cruceros alrededor de la fauna salvaje, es completamente inexistente. En su lugar se ofrece un minúsculo recorrido en tren de apenas ocho minutos en el que, además, hubo varios problemas a la hora del orden de subida, pues ofrece muy pocos servicios al día y eso hace que mucha gente se quede sin disfrutarlo, a pesar de estar incluido en el precio de la entrada, aunque sólo te permiten montar una única vez en él, lo cual hace que el breve paseo nos sepa a poco o casi nada.

Loro antes del espectáculo con el buche sin plumas
Pero lo que más nos descolocó con diferencia fue el propio comportamiento de los animales. Por una parte, en los espectáculos fueron frecuentes los “fallos” de los bichos protagonistas, teniéndoles que repetir el domador en varias ocasiones las órdenes hasta que las cumplieron. No sabríamos explicar con claridad el motivo, pero el caso es que notamos a los animales, especialmente a los loros y a la elefanta, muy cansados y dando una sensación de estar aburridos y de infelicidad, muy distinto de otras actuaciones animales que hemos visto con anterioridad. Y lo mismo podemos decir del resto de animales en cautividad, sobre todo a los más grandes, que se veían muy apagados y en unos habitáculos que no les permitía sentirse como en la vida salvaje. Por otra parte tenemos el hecho del extraño y frecuente acercamiento de la mayoría de los animales a las zonas donde veían humanos. Al principio puede resultar hasta gracioso el ver, por ejemplo, a todos los patos caminando hacia nosotros, todos sin excepción, pero luego uno piensa que la causa más probable de ese efusivo interés por los hombres es un exceso de hambre, principalmente cuando esta actitud se repitió en gallinas, ovejas, caballos, jirafas y hasta en los dromedarios. En diversas zonas del parque se podían comprar, a precios disparatados, bolsas con comida para animales, lo cual hasta puede hacer pensar que no se les da de comer lo suficiente con la intención de que sean los propios visitantes los que completen su dieta. Una prueba de ello es que en una jaula con un centenar de cobayas había una muerta y varios congéneres comiéndosela. También arrancamos una rama de un árbol (algo prohibido por el safari, pero como uno de los trabajadores arrancó varias ramas para dárselas a una niña pequeña y diera de comer a los ciervos, nosotros emulamos la acción) y las cabras se pusieron como locas cuando nos vieron con ella, se peleaban entre ellas por arrancar unas pocas hojas, y cuando se acabó e hicimos el amago de irnos balaron sin cesar; aquí podríamos decir que ponían, como se suele decir, cara de borrego degollado, y es que nos miraban con una cara que daban pena los pobres viéndoles en el lamentable estado en que se encontraban ellos y sus vecinos del parque.

Aves desesperadas por un poco de agua
Otro punto que no queríamos obviar es la reacción de los loros ante los chorros de agua que pretendían refrescar esa zona. Con cara de desesperación se tiraban como locos a engancharse en las rejas de sus jaulas (excesivamente pequeñas para su tamaño, por cierto) buscando la zona donde les pudieran llegar algunas gotas. Esta actitud, común a todos ellos, es más que sospechosa. A esto, y a todo lo anterior, le añadimos los escasos trabajadores pluriempleados que allí había, pues, por ejemplo, la misma chica que nos quería hacer la foto en compañía viperina era la misma que poco después vimos limpiando los cristales de la tienda de regalos (con apenas artículos entre los que elegir, ni una postal siquiera, más bien camisetas carísimas, juegos que podemos encontrar en cualquier tienda de juguetes y copiosos peluches de animales que ni siquiera había en el parque) y atendiendo en la misma reclamando a un compañero que la sustituyera porque ya estaba cansada, además de reconocer a otros pocos empleados realizando distintas funciones según lo requiriese el momento, por no hablar de los aseos, que en cuanto a higiene dejaban mucho de desear.

Decir también que el Río Safari de Elche no hace honor a su nombre, pues ni hay río ( ahora está todo desertificado), ni es safari, sino un montón de jaulas juntas (como el pobre ualabí, cuya jaula limitaba mediante una alambrada con la jaula del lince, quien tenía atemorizado al pequeño marsupial), algunas con un solo animal de su especie (una jirafa, un ualabí, un lince, una elefanta, etc.), ni, por seguir con las negaciones, está en Elche, sino más bien en Santa Pola, pero esto es lo de menos.


1 comentario:

Ningaka dijo...

Es una pena que no se hayan cumplido vuestras expectativas, y más aún que tengan a los animales en las condiciones que contáis que los tienen...
Espero que eso cambie pronto, ¡y que el tobillo de Menta esté mejor!
Gracias por la reseña, me ha gustado mucho leerla.
¡Un abrazo!