Hace ya tiempo que olvidé los fanatismos. Eso de apoyar o defender a un artista, a un deportista o a un partido político a cualquier precio ya no va conmigo. Siento lástima cuando veo a gente justificar las decisiones de un ministro sólo por ser de "su" partido o alabar un disco musical por el mero hecho de ser parte de la discografía de su grupo favorito aunque sea completamente infumable . Dicho esto, no me queda otra opción que admitir que Ismael Serrano, cantautor al que hemos admirado desde sus primeros trabajos, se encuentra sumido en plena crisis musical.
Ismael es uno de estos chicos que comienzan tocando la guitarra en el metro de Madrid hasta que un buen día, casualmente, alguien con suficiente poder lo descubrió y le propuso la grabación de su primer disco, Atrapados en azul. Ahí encontramos canciones que, ante todo, destacan por su originalidad, siempre desde un punto de vista de cantautor con ciertos toques revolucionarios y ensalzando el estilo de "canción protesta". Si bien recibió muchas críticas en las que se le acusó de ser un mediocre imitador de Serrat, tanto en su estilo como en su tono de voz, fuimos muchos los que lo valoramos en su justa medida y lo consideramos innovador y no imitador. Si bien su voz no era ningún portento, nos hacía disfrutar con sus melodías y sus letras ora tiernas, ora agresivas.
Lejos de ser el típico artista de un único disco del que nunca más se vuelve a saber, Serrano logra de nuevo conquistar con su segundo álbum, La memoria de los peces, a todos aquellos a los que nos enganchó con sus primeras canciones. Y si bien con la llegada de su tercer disco, Los paraísos desiertos, algo más flojo que los anteriores, algunos pensaron que ya estaba comenzando la decadencia de su corta carrera musical, en 2002 vuelve con el disco que es considerado por muchos de sus admiradores como su obra maestra, La traición de Wendy, con una destacable variedad de estilos y letras que difícilmente iban a disgustar a los forofos de la canción de autor. Daba la impresión de que nos encontrábamos ante el que estaba llamado a ser el más importante cantautor español de este comienzo de siglo XXI.
Por desgracia, lo que presagiaban algunos con su tercer disco comienza a cumplirse con la discografía que aparece tras ese cuarto y descomunal disco (si obviamos un directo que resume su primera tetralogía, Principio de incertidumbre). Nos encontramos, pues, ante tres años en los que se publican sendos discos donde la calidad musical se ve claramente disminuida. No se trata de trabajos malos ni desagradables, pero están bastante lejos de sus primeros álbumes. Con todo, aún se podía encontrar en ellos dos o tres temas dignos de sus mejores tiempos (Sucede que a veces, Si se callase el ruído, Casandra, Mi dulce memoria...), lo cual demostraba que seguía poseyendo un gran talento y nos hacía albergar la posibilidad de que ese trienio fuera simplemente un leve bache del cual se levantaría con alguna nueva obra maestra.
Sus últimos trabajos, lejos de confirmar nuestros esperanzadores pronósticos, nos han hecho sentirnos profundamente decepcionados. Reconozco que apenas he escuchado su discografía de 2008 en adelante, pero ha sido por el mero hecho de que sus canciones comienzan a aburrirme y no me tientan lo más mínimo a volver a escucharlas. Sus discos recientes carecen de diversidad, provocando la fuerte impresión de estar oyendo repetidas veces la misma canción. Sus letras han dejado de lado su mordacidad de antaño para convertirse en simples canciones de amor o en historias donde la originalidad brilla por su ausencia. Incluso han desaparecido de ellos esos dos o tres temas que destacaban entre los demás y que usábamos para negar su palpable decadencia. Habiendo como hay gustos para todos, quedo casi convencido de que si nos restringiéramos exclusivamente a sus últimos trabajos, el número de sus seguidores no sería ni el diez por ciento de los actuales.
Ni tan siquiera se libran de la quema sus directos. Y puedo hablar con cierto rigor, pues desde 1997 hasta la fecha he asistido, si no recuento mal, a siete conciertos suyos, desde aquellos en los que el escenario lo ocupaban únicamente él y su guitarra, hasta otros con una decoración más cargada y cinco o seis músicos acompañándole. La última ocasión fue hace escasas semanas, y reconozco que salimos profundamente decepcionados. Ismael siempre se ha caracterizado por intercalar entre sus canciones diversos comentarios, historias, anécdotas u opiniones (él mismo se ha catalogado como un "hablautor"), pero hasta en eso notamos un bajón, pues sus palabras salían completamente mecánicas y a un ritmo vertiginoso, sin dejar posibilidad de saborearlas ni mostrar sentimiento alguno en ellas. Además, ha añadido a sus interludios una serie de escenas supuestamente cómicas cuyas gracias son bastante esporádicas y fuera de lugar con el estilo de su música. Para postres, la selección de canciones nos pareció completamente inadecuada, interpretando multitud de temas lentos y ralentizando las pocas canciones movidas que había seleccionado, añadido a que dejó fuera del guión varios temas míticos que le hubieran dado otro rumbo al directo (como Tierna y dulce historia de amor, La ciudad de los muertos, Eres, Prende la luz, Si Peter Pan viniera o Casandra). Todo esto convirtió al concierto en un acto soporífero en el que el único punto que a priori debe considerarse positivo como es una extensa duración (casi tres horas y media), se convierta en otro impedimento para poder otorgar una buena nota a esta actuación.
Sé que es muy posible que me encuentre con multitud de fanáticos que me repudien por estas líneas precedentes, pero que nadie olvide que esto no deja de ser una mera opinión personal, aunque he intentado ser objetivo en la medida de lo posible. Tengo la esperanza de que se cumpla eso de que el que tuvo retuvo y este madrileño vuelva a sacar su máximo potencial en sus futuros discos. Mientras tanto, y lamentándolo mucho, me dedicaré a reescuchar sus primeros trabajos y dejaré los últimos bien guardados en la vitrina a modo más de objeto de coleccionista que de aficionado musical.
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